La importancia del amor propio

 

Todos hablan de eso, tanto que parece cliché de libro de autoayuda. Todos los textos, los sagrados tanto como los posts en Facebook. Todos hablan de un amor que parece irresistible, narrado con la poesía de antaño adaptado a la ajetreada vida moderna. Todos dicen que si no lo encuentras estás perdida y tu vida no tiene sentido. Todos tratan el concepto como un tratado filosófico al que a veces no se le encuentra camino. Todos dicen en nuestros días, en nuestras redes sociales, en las clases de yoga y en las pláticas entre amigas “ámate a ti misma”.

        Ajá, ¿y luego? ¿cómo se hace? ¿de qué se trata? ¿con qué se come? ¿cuántas calorías tiene ese gran amor del que todos hablan? Me ha costado tanto trabajo poner en práctica ese concepto, que a veces me pregunto si realmente lo he puesto en práctica, si no soy nada más un libro de autoayuda que habla de definiciones y que se olvida de sembrarlo en acciones.

        Después de odiarme desde que tengo uso de razón hasta hace poco, entendí que el amor a mí empezaba por escuchar la voz pequeña, casi inaudible que había dentro, escondida, arrumbada. Una voz muy fácil de callar, de pasar por encima de ella, de no voltear a ver, de ignorar. Es difícil darle atención a esa voz, nutrirla de brebajes calientes para que cante; porque para hacerlo hay que comprometerse con ella, y a veces, eso significa desatender todo lo que hay fuera. Osea, bye bye compromisos sociales.

        Solía pasar por encima de mí una y otra vez, por ejemplo, si estaba en mis días de regla y tenía agendada una date a través de Tinder, me ponía un vestido que se me veía pésimo, me maquillaba la cara y me adormecía el dolor y el cansancio con pastillas. O me paraba de una gripa insaciable con garganta infectada a algún evento social, especialmente donde sabía que habría hombres solteros. O, iba a lugares a donde no quería solo por pena de decir que no. Yo era un desastre que aplastaba con fuerza el primer sonido de esa voz.

        Supe que empecé a escucharla y a actuar bajo su dictado cuando no logré ir al cumpleaños de mi mejor amigo por no tener un hilo de energía en el cuerpo, cuando tomé decisiones sin la aprobación de mi madre, cuando hago lo que quiero y no siento culpa de no darle a nadie una explicación. El amor, que es la más alta vibración que hay en la tierra, se apoderó de cada célula, de mis pensamientos más oscuros, de las sensaciones que no me atrevía a sentir y de aquella magnífica voz. Ahora no doy un paso sin escucharme, sin sentirme, sin amarme. Y desde que amo todas las dimensiones de mí se ha abierto esta práctica a veces difícil de sostener en lo social, pero me ha mantenido en esa frecuencia irresistible, poderosa, sin calorías que atrae lo antes inimaginable. Esa frecuencia de la que todos hablan, escriben y leen que se conjuga de mil diferentes formas en las que se practica el verbo amar.

Provoco conversación sobre temas que nadie se atreve a hablar. Los espero en mis redes @teresazagacohen

 
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