El sexo nace en nuestra imaginación.
Escuché que ser fantasía nos evita morir en la realidad. La imaginación es una inyección necesaria, diaria, obligatoria, pensé, y en aquella frase, me sentí identificada, no solo por la honestidad de las palabras, sino por la importancia vital de los dos reinos para el ser humano. Desde la infancia habito a diario en ambos mundos, paralelos, incluso en conexión, y en ese punto de unión, bailan hasta confundirse el uno con el otro. Ahí nace mi pasión por la literatura. Escribo novelas para huir de la realidad, y sin embargo, jamás la abandono. Escribo para empujar al lector a un lugar lejano, terapéutico, irreal y real. Un cuento sumerge a cualquiera en un pozo de relajación y le invita de forma sublime a poner en perspectiva su día a día. Imagino, y entonces, desaparezco.
Hablo de imaginación y me llega a la mente la palabra mayúscula: Arte. Música, pintura, cine, escultura, teatro, y por supuesto, literatura. Todas son manifestaciones, en muchos casos, majestuosas, que exhiben la capacidad de la mente para crear. Pasiones humanas en estado material. Por ello incluyo en mi escritura soundtracks, porque las artes, como realidad y fantasía, deben ir unidas. La música vive de la literatura; la acompaña, la acicala, la adorna y la ensalza a un nivel superior. Un texto con música es tridimensional, y cuando las letras y las notas escapan del papel, seducen al lector.
¿Y el sexo? ¿Puede ser arte? Lo pienso cuando veo ese acto íntimo, creativo, real e imaginativo bailando en un mismo centímetro. Lo es. Lo afirmo convencida. El sexo nace en nuestra imaginación. Es un reino que palpita por primera vez en una idea, para después, deliciosamente, explotar físicamente en nuestros cuerpos. La fantasía, la capacidad de crear siempre desemboca en un éxtasis extraordinario. Los intelectuales hacen mejor el amor porque acarician con mayor delicadeza sus mentes. Es en ellas es donde reside el placer. Porque el ser humano que ama las artes logra empapar su piel con un leve suspiro.
Mi aportación a Yorgasmic radica en ese espacio. Despegar los pies del suelo con música, cine, pintura y literatura. Con ellas te deslizas hasta al reino de la imaginación y ahí el clímax toca con una dulzura inusual cada uno tus sentidos.
Una de mis canciones preferidas para hacer el amor es Candles de Jon Hopkins. No invade, no es pretenciosa y su volumen es perfecto. Súbelo, escucha, sumérgete, entrégate, envuélvete, desaparece, aparece, y haz que la melodía sea un trozo de ti, un elemento más y que te acompañe mientras creas la mejor noche de toda tu vida.