Del Dolor Al Autocuidado

 

Después de agradecerle a mi masajista por la sesión, me quedaba perpleja ante la repetitiva sorpresa. ¿Cómo era posible, que después de varias sesiones me siguieran saliendo contracturas, si según yo ya me sentía tan bien y estaba aparentemente más relajada?

Así que no me quedó de otra más que preguntarme ¿Qué es sentirse bien? ¿Realmente lo sabemos? Sentirse bien, para muchos de nosotros, suele traducirse en vivir con malestares de por vida que han perdido su intensidad no porque hayan disminuido, sino porque por hartazgo o falta de amor propio hemos decidido ignorarlos y/o acostumbrarnos a ellos.

Cuando decidí que me quería aprender a amar “mejor”, lo que sea que eso significara para mis patrones de pseudoamor aprendidos, decidí que iba a tener masajes periódicos para liberar aquellas memorias y emociones que mi cuerpo había almacenado con el paso de los años, en una idea que mi mente reconoce como “memoria celular”. Lo que traduzco como esa energía bloqueada, dolores crónicos, malestares o patrones de rigidez que se generaron en mi cuerpo por vivir una infancia en un ambiente violento y represivo sin poder expresarme con totalidad en amor y libertad.

—¡Tengo un chingo de coraje! — Le decía a mi masajista mientras ella atendía mi estómago inflamado, y yo intentaba ayudarle a mi cuerpo a sacar la emoción con el sonido. Respiraba profundamente, como en otras terapias me habían enseñado. —Puta madre Aracely, ¡tengo un chingo de coraje!— Las lagrimas no paraban de bajar y me daba cuenta que efectivamente, el dolor estaba ahí desde hacía muchos años. Me invadía una impaciencia y me recorría la ira. Yo sólo quería que eso se resolviera de inmediato. ¿Cuantas sesiones más? ¿Qué más tengo que hacer para que esto se vaya? Y después de respirar me tranquilizaba y volvía a la consciencia que me decía que tenía que ser amable y paciente con mi cuerpo, después de todo, él había esperado a que yo lo volteara a ver por casi 30 años.

¿Por qué te esperas a que se te junte la basura Alicia? Me dice mi masajista. ¡Es que yo pensaba que estaba bien! Le responde mi ego de inmediato.

Y es que siempre pensamos, pero poco nos sentimos.

Ese preocuparse por pagar la renta, por mantener la máscara que cada quien se ha creado, en mi caso por intentar no ser “demasiado” frontal con lo que considero como pendejadas de la gente, por que salgan los pendientes, por que el jefe y/o los compañeros del trabajo estén felices con lo que somos, esas ganas de mandar a la chingada a quienes con actitudes pasivo/agresivas no se atreven a dar la cara de lo que verdaderamente sienten, esa falta de certeza de que estamos protegidos por la vida, esa infancia reprimida, esa juventud incomprendida, esa ira no expresada. Eso que nunca se nos permitió expresar sin represalias sociales. ¿A dónde se va, a dónde se ha ido?

La respuesta es simple. Todo eso se fue a nuestro cuerpo.

Cuando terminamos la sesión, Aracely me dijo que se dirigía a casa de una chava, era domingo a las 9:30 de la noche. ¿En serio vas a atender a alguien ahorita? y me contesta: —Hay Aliz, si supieras cuánta gente enferma hay, trabajo todo el día y no me doy abasto, y casi toda la gente que atiendo es de tu edad—, yo tengo 33 años.

No supe que me daba más tristeza, ver que ella tampoco estaba cuidando de su cuerpo por atender a otros, o pensar en la cantidad de personas que estamos viviendo de manera inconsciente con cuerpos cargados de dolor. Sobreviviendo, a los efectos de vivir en una sociedad violenta que nos aleja de la vida, la libertad, del autocuidado y el amor personal.

—Ni me digas Aracely, estamos muchos bien jodidos— le dije.

Muchas personas que conozco, batallamos para aprender a relacionarnos con nosotros mismos saludablemente. Algunos han preferido seguir consumiendo alcohol y drogas duras para sentir que se divierten. Otros han encontrado en el exceso de trabajo la excusa perfecta para evadirse o para seguirse lastimando. Yo por mi parte, me drogo con azúcar (en proceso de dejarla), y solía hacerlo con relaciones destructivas, alcohol, sexo sin sentido, pensamientos destructivos recurrentes y mucho mucho tabaco, sólo para recordarme inconscientemente, como bien me habían enseñado, que tenía que castigarme, reprimir, evadir o anular, por todo lo que de verdad sentía.  

En los primeros días, libre de la droga blanca que he usado desde niña para amortiguar mis heridas, sentía que me iba a morir, o mínimo que me iban a encontrar desmayada en la calle por los tremendos dolores de cabeza que me daban. Veía borroso. Me mareaba constantemente. Me desperté varias veces sudando en la noche. Mi organismo estaba en total y absoluto caos. Lloraba cuando menos lo esperaba, sentía volverme loca y los dolores del pasado regresaban a mí como si fueran parte de mi presente. Y los he querido afrontar. Porque quiero liberarme en todas las direcciones que me sean posibles, aunque verme de frente en esos casos, sea doloroso.

Cada vez que quiero cambiar un hábito de cualquier tipo, vuelvo a darme cuenta que la felicidad y la salud es una decisión personal, que se da de topes con lo que nos fuimos acostumbrando a darnos o a recibir en el pasado. El bienestar, es una meta que pareciera estar lejana cuando no hacemos nada por nosotros mismos, cuando nos evadimos o sólo nos la pasamos quejando. Y también es aquello que se aparece como luz intermitente para iluminarnos el camino del amor propio mientras nos hacemos responsables de nosotros mismos y de nuestro cuidado.

Actualmente veo a muchas personas quejándose sin hacer nada, enojadas con la vida, buscando pleito a quien se les cruce en el camino, sin chispa, sin luz, sin nada amable en qué creer, escupiéndole a los demás todo el dolor, o el odio por si mismos que llevan cargando por dentro. Otras con distintos malestares de salud. Otras con egos tan inflados, que puedes ver el tamaño de sus grietas desde lejos. Y así, esperando el viernes porque les pesa mucho la semana. Desesperados por consumir algo que pueda disminuir la ansiedad que les provoca sentir y ser quien verdaderamente son, o por lo menos que les sirva para relajarse y soltar lo que no han aprendido a soltar de manera consciente. Imposibilitados, a estar un momento de su vida estáticos, en total y absoluta presencia de todo eso que son y que han olvidado cómo amar.

No somos diferentes, los reconozco porque venimos de la misma escuela; y porque son espejos del proceso de desapendejamiento que yo misma estoy viviendo. Aún sigo intentando liberarme de esas cadenas mentales, emocionales y físicas, y es todo un reto cuando todo lo externo te invita a olvidarte de tu salud integral para unirte a la inconsciencia individual y colectiva y sentirte un poquito menos jodido y según esto “más vivo” o al menos entretenido. Es difícil tener que decir que no tantas veces a un sistema que nos ha enseñado a decir sí, sin preguntarnos siquiera si nos conviene. Un sistema que nos ha ensenado que esta super cool lastimarse. En estos tiempos de sobre estimulación, ser saludable, amarte y cuidarte, es una verdadera revolución.

Aceptar que nos sentimos lastimados de alguna manera es un primer paso para eventualmente salir de la cloaca.

Es vergonzoso aceptar que se es doliente de algo, en una sociedad tan bully y poco respetuosa de su propia humanidad. Aceptar, que se tiene una necesidad tan profunda y desatendida que pareciera que el vacío no pudiera llegar a ser llenado. Es difícil decir BASTA al maltrato y la indiferencia que una sociedad enferma ha normalizado y que nos incita a seguir promoviéndolo hacia los demás y hacia nosotros mismos. Hay que ser valientes para asumir todo aquello que nos ha sido heredado, y cortar con amor y entusiasmo esas ataduras que ya no nos funcionan. Es un acto necesario no para cambiar al mundo, sino para cambiar nuestro mundo interno que sigue esclavizado, cargando todo aquello que no hemos querido ver.

Atendernos, procurarnos, amarnos y sanarnos es un trabajo de tiempo completo y un verdadero acto de compasión. La vida se nos presentará una y otra vez en la cara hasta que entendamos que más que ver hacia afuera, hay que empezar a ver hacia adentro.

¿Estamos afrontando realmente el dolor o nos estamos adormeciendo en un millón de likes con tal de no sentir la realidad? ¿Estamos sintiendo el verdadero éxtasis de vivir en nuestra piel así en crudo? ¿Estamos prestando atención a aquellas emociones que constantemente nos tragamos? ¿Nos estamos volteando a ver al espejo con honestidad?

Para mi, nada ha sido tan iluminador como aceptar realmente mis dolores y carencias y atenderlos. Con la mejor actitud, amor y compasion que mi ser cabreado me lo permite. Y ahora, cuando estoy frente a mi demonio de tres cabezas le pregunto: ¿Puedes aceptar #SoloPorHoy el dolor que estás sintiendo? Y mi respuesta es “Sí”. Estoy dispuesta. Porque así como estoy dispuesta a verlo, estoy dispuesta a crecer, a aprender a amarme, a conocerme, a sentir el gozo, a disfrutar de mi misma y a vivir en consciencia, sonriendo y llorando, en cada aprendizaje de esta vida.

– Alicia y El universo


 
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